24 abril 2006

Balasera

Arde el cielo.

Llueven gotas que queman. Truena como si fuese a derrumbarse. El suelo tiembla con cada explosión. Nos obligan a salir. -¡Debemos defender lo que nos pertenece!- grita un tipo más joven que yo. Me empuja. Mis piernas se mueven pero mi cerebro desea volver dentro. Es ensordecedor. Son las cinco de la mañana, pero el mar está iluminado como si fuese mediodía.

Busco a mi amigo. No lo encuentro. Un hombre con el que acababa de hablar vuela por los aires. Corremos sin rumbo claro. -¡España es nuestra!- chilla mi superior. "Y suya", pienso yo. Logro llegar a la primera casa. Pateo la puerta y entro. Me siguen dos de mis compañeros. Uno está fumando. El otro tiembla de miedo. Frente a nosotros algo se mueve. Un sudor frío me recorre el cuerpo en un segundo.

El fumador dispara su fusil. Emite un ruido seco. Le ha dado. Nos acercamos aún alerta. Aparto un tablón con la bota. La veo. Sus ojos están abiertos pero ya no miran a ningún sitio. Una niña. Sólo era un niña.

El chico que aún no deja de temblar toma la posición. Los otros dos salimos y corremos hacia un coche agujereado. Nos sirve de parapeto. Ojalá esta lluvia fuese de granizo. Esta, si te da, duele.

Mi amigo está unos metros más adelante. Le silbo. No me oye. Saca algo de su bolsa y lo lanza. La granada explota cincuenta metros más adelante. Sólo veo humo. Mi amigo se incorpora y avanza. Un destello. No le veo. Avanzo a toda prisa. tardo quince segundos en alcanzar su posición. Desde el suelo me sonríe. -No te preocupes, estaré bien- susurra antes de ahogarse con su propia sangre.

Mi cabeza se inclina bruscamente hacia la izquierda. Algo caliente como la lava la atraviesa de una oreja a otra. El sonido seco tarda un poco más en llegar a mis oídos. No siento dolor al tocar el suelo. Tengo frío. Mi mujer besa mis labios y desaparece. Luego nada.

La guerra terminó dos días más tarde. Ganamos. A mí y a otros como yo, ya no nos importaba.

23 abril 2006

RESACA



Deliciosa sensación. Voy a vomitar, vuelvo en 30 minutos.

Cada sorbo sabe mejor.

Ya ves tú.

El licor te lo da y el licor te lo quita. Esta ciudad me provoca. Saca de mí lo mejor y lo peor. Hoy estoy eufórico. Mañana ya veremos. La tercera copa va ya por la mitad. Bebo como si fuera agua. Quien me conoce sabe que eso es demasiado rápido. Pero en este momento no me importa. Pasan pocos minutos de la una de la madrugada. Cierro los ojos y os imagino a todos aquí. Recuperando el tiempo perdido; recordando viejos tiempos y soñando con un día en el que seremos tipos afortunados. Algunos estáis cerca. Os veo todas las semanas. Unos cuantos vivís en la misma ciudad, no os veo, pero deseo hacerlo. Otros estáis más lejos. Con muchos no hablo desde hace tiempo y lo lamento. Otros os dejasteis caer por aquí hace poco y volvisteis a marcharos demasiado pronto. Me quedo con lo bueno, olvido lo malo e imagino cómo será cuando vuelva a veros. Aquí se quedan dos rosas. Una roja y otra amarilla. Falta la morada. Trataré de cuidarlas hasta que vuelvas. La próxima vez beberemos menos y bailaremos más.

18 abril 2006

Carretera y manta

Una semana de aire fresco en mi tierra.

No he hecho nada especial, exceptuando eso sí una fugaz visita a Logroño.

Al fin sé cómo es la ciudad en la que mi padre se ha trasladado a trabajar. La ciudad en la que se siente realizado y le proporciona una extrema felicidad. Tan sólo por eso me gustan sus calles, sus plazas y sus edificios. Es una ciudad pequeña pero tremendamente acogedora. No como la capital. Aquí da igual cuántos amigos vivan en ella, lo más probable es que no los veas en meses.

O no.

He visto al Santi feliz después de tantos años en los que sólo quería huir a ningún sitio -pero que tuviera playa, eso sí- y eso me ha hecho reaccionar.

Vover aquí es extraño. O cojo el toro por los cuernos, o me coge él.

En fin. He vuelto, señoras y señores. Con el depósito lleno y muchos kilómetros que recorrer. ¿Alguien me acompaña?

07 abril 2006

I´ll be back


Así es la vida. Dejo esta ciudad por unos días y regreso a la casa donde nací. Un lugar agradable pero tecnológicamente atascado en la era del busca.

En otras palabras; no hay internet, no hay palabra de fox. Una lástima para mis dedos que suelen relajarse bastante dedicando un tiempo cada día a pasearse por el teclado para convertir en palabras lo que mi mente ordena.

Me voy con todo cerrado.

Al fin tenemos comida en la nevera. No mucha, pero la justa para no fenecer.

Todos los cortos se han rodado. Aún no se han terminado de editar, pero al menos ya no someteremos más al equipo a soportar condiciones climáticas exasperantes.

Recuperé lo que había perdido y dejé aparcado el desánimo. En gran parte gracias a un buen consejo: "No te des tiempo para darte lástima". Desde entonces no he parado.

Así que me voy por unos días. Me da pena dejar ésta ciudad. Por muy claustrofóbica que pueda llegar a ser, creo que la estoy cogiendo cariño. Y a su gente. Su gente... La gente que la hace grande. Es casi imposible encontrar un madrileño aquí en Madrid.

En fin, felices vacaciones si las tenéis y si no, que sea leve.

06 abril 2006

¡Dame argo, harfavó!

No me dejan comprar comida si no voy acompañado de un adulto. Creo que se debe a que me emociono en cuanto entro en el DIA. Normal. Tanto tiempo sin ver alimentos provoca en mí una necesidad compulsiva de arramplar con todo lo que veo.

Empiezan a notarse los efectos de la hambruna. La chica de la sonrisa arrebatadora dice que hay gente que sobrevive años sin comer. Deberían canonizarles al primer mes. Yo ya veo luces y oigo voces de cosas y gente que me suplican que les coma. Trato de resistirme. No creo que aguante mucho tiempo sin darles un mordisquito.

¿Alguien quiere darme de comer? Soy como un guisante y quepo en cualquier parte. Soy muy agradecido.

¡Ni siquiera hay leche, por Dios! ¡Llevo desde ayer por la tarde alimentándome de bombones! Soy capaz de identificar cada sabor y textura. Voy a acabar como Toro Salvaje. Gordo y lleno de chocolate en mis arterias.

Pronto volveré a mi hogar y lo único que haré será comer. ¡Burguitos, prepárate, que voy!

04 abril 2006

Nada fresquita

No hay nada.

Nada en la maldita nevera.

Los muslitos congelados que mamá pato preparó con tanto cariño a su patito era lo último que nos quedaba y ya está en la cazuela. A partir de este momento, se acabó.

El armatoste blanco está vacío. Lo abrimos y se ríe de nosotros.

-Busca, busca -parece decirnos con su aliento gélido- que no encontrarás nada.

Y eso es lo que hago. Busco cualquier cosa que sea comestible.

Trato de mascar tabaco pero la náusea me invade y lo escupo. Un cigarro menos.

Las pelusas del salón no tienen buena pinta. De momento, ahí se quedan.

El agua da salud, pero no quita el hambre.

Perejil, pimienta, colorante y orégano precisan de algo sólido para que no me sienta como una vaca digiriendo hierba.

Recuerdo que tengo bombones británicos en mi cuarto. La inglesita de adopción estuvo en todo en su última visita. Siempre lo está.

Dos chocolatinas es suficiente por el momento.

He engañado al estómago por un rato pero, ¿qué demonios ocurrirá cuando lo descubra?

Espero que la casera no decida pasarse por casa ahora. Tengo dientes y no dudaré en usarlos. Dicen que la carne humana sabe a pollo. ¿Será esa la alternativa en la lucha contra la gripe aviar?

¿Un patito puede pillarla? No quisiera tener que sacrificar al nuestro. Suelta plumas por la casa, pero es un gran tipo.

Los lémures en cambio, optan por confesarse. Ni mil martillos podrían callarlos. Los zorros blanquirojos comen lo que sea. Hasta pinipones sicodélicos. Hoy esta casa no es para gente con sombrero.

Hay hambre y la nevera está desnuda. Que empiece la función.

03 abril 2006

Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Y así hasta siete.

Los gatos tienen suerte.

Siete intentos para ser felices.

Cada vez, disponen de unos veinte años para lograrlo. Ciento cuarenta en total.

Tienen suerte. A no ser, claro, que se les ocurra cruzar una carretera sin antes mirar a los dos lados.

Su añoranza

Se siente perdido.

Vacío diría yo. No sabe muy bien por qué, pero necesita gritar. Necesita hacerse un ovillo y dejar que el tiempo pase más rápido. Más lento. Se detenga. Y vuelva a girar.

Las paredes le ahogan y la ropa le aprieta. Echa de menos tantas cosas. Y aquí encuentra tan pocas. Cada vez menos. Depende de días, también es cierto.

Supongo que lo que busca ya no existe en ningún lugar. Pertenece a un tiempo que ya pasó. Ahora se ha dispersado o ha cambiado.

Divad extiende sus brazos todo lo que le dan de sí pero aún así, no es capaz de abarcarlo todo. Desearía poder meter en su cajita de madera aquello que le hace feliz y llevarlo siempre consigo pero sabe que no es posible. Ya no.

Sus ojos piden a gritos una lágrima pero él se niega a concedérsela. Se ha vuelto orgulloso. Nunca lo admitirá. Nunca.

Divad es un niño. Demasiado pequeño para comprender que ya se convirtió en adulto. Demasiado mayor para permitirse ser un niño.

02 abril 2006

Doce mil millones de ojos.

Ella quería volar.

Él soñaba con otras.

Aquél los envidiaba.

Nosotros a lo nuestro.

Vosotros ni os enterasteis.

Yo, tú, él, ella, nosotros vosotros, ellos. Todos vivimos en la misma casa. Cada uno en su habitación y el polvo en la de todos.

01 abril 2006

What a wonderful world

Soñábamos con cambiar el mundo y, mientras dormíamos, el mundo nos cambió a nosotros.

Circula por ahí un correo electrónico muy digno. El 14 de mayo, los jóvenes de este país debemos hacer una sentada reclamando una vivienda asequible a nuestro bolsillo.

Manda cojones que tengamos que ver cómo se levantan los estudiantes franceses para que a nosotros se nos ocurra sentarnos.

El 14 es domingo. ¿Que hay que protestar? Pues se protesta, pero sentaditos. La resaca del macrobotellón hace que nos pesen demasiado las pelotas.

Con toda la mierda que apesta en este país se nos ocurre gruñir por los pisos. Que si, que está muy bien, pero ¿a qué viene eso ahora?

Puede ser divertido.

No me imagino yo a los de aquí intentando asaltar la Complutense exigiendo que, por una vez en la vida, los empresarios se vayan a la mierda y se metan sus contratos para becarios con derecho a nada por el recto.

Aquí la gente vuelca coches por otras cosas más serias. Nos jugamos una hostia policial para beber dignamente y mear donde nos dé la gana. Menos en portal propio, nos ha jodido mayo.

Pídeme un taxi, anda.

He tenido la suerte de caminar absolutamente sobrio un viernes de tres a seis de la mañana por Madrid. La abstinencia me ha abierto los ojos y no ha hecho más que confirmarme algo que ya intuía; nos hemos vuelto todos gilipollas.

La gente es insoportable cuando se emborracha. Pierde cualquier tipo de humanidad y se convierte en un enorme trozo de carne ambulante.

Lo peor que puede uno hacer a esas horas es quedarse quieto esperando a un taxi. Los trozos de carne te huelen a leguas y durante unos minutos te conviertes en una atracción.

La mayoría de los trozos tienden a pedir cosas.

-Eh, tío, ¿tienes un papel? -¿No tendrás un eurito para dejarme? -Amigo, ¿tienes un cigarro? Me salvas la vida -¿Me das fuego? - Y la mejor de todas- Perdona, ¿tienes saldo en el móvil para hacer un llamacuelga o, ya si eso, llamar un minutito?

¡Sí! ¡Tengo todo lo que me pedís pero lo negaré mil veces! ¡Hija de puta, vete a un cajero, recarga tu asqueroso móvil de última generación y saca dinero suficiente para comprarte trece paquetes de tabaco y un mechero! ¿Tengo cara de banco?

Y ahí no acaba la cosa. Resulta que ahora coger un taxi es como hacer autostop. ¡Si no vas en la misma dirección que el taxista, no te coge!

-¿Dónde vais?
-A Peñagrande.
-Ah, entonces no. Es que yo voy a Caravanchel. Adiós.

Arranca y te quedas con cara de gilipollas. Y los trozos de carne te la notan y, hala, a por ti que vuelven:

-¿Esto es Princesa?
-No, es Moncloa
-Qué sí, que es Princesa, que yo trabajo ahí.

¿Y para qué coño me preguntará si ya sabe dónde está?

En Madrid hay más taxis que coches de policía. Eso son muchos taxis. La mayoría de ellos van con el dos amarillo iluminado y los que llevan la lucecita verde dicen que ya no cogen a nadie. Desisto. Vuelvo a Islas Filipinas a sentarme en las escaleras del metro a esperar una hora a que abran. De camino, tres grupos diferentes de trozos me demuestran su anormalidad gritando lindezas a todas las niñas que pasan. Las llaman, por este orden, putón, zorra, guarra y cerda. ¡Y ellas se ríen!

Lo dicho, no merecemos el aire que respiramos.

Finalmente, la verja del metro se abre cómo si de una fortaleza se tratase y una manada de trozos de carne de diversas nacionalidades baja en tropel a los andenes uno y dos.

La última está por llegar; el tren número veintidós se acerca. Se detiene un instante, y el maquinista -como para hacer la gracia- va y arranca sin coger a nadie. Tan sólo tengo que esperar quince minutos más para montarme en el vagón que me sacará del infierno. Trato de cerrar los ojos y relajarme pero los últimos cinco trozos de carne de la noche deciden gritar "¡Cheeeeeeelsea! ¡Cheeeeeeelsea!" mientras aporrean las paredes metálicas del vagón durante el tiempo que dura el viaje.

Para la próxima vez, sólo veo dos opciones posibles:

Uno.- Quedarme en mi casa.

Dos.- Salir y beber tanto que todo lo anterior me haga mucha gracia, me quede sin tabaco y busque a uno o una con cara de gilipollas y le pida un cigarrito y el móvil para hacer un llamacuelga de tres minutos a la centralita de taxis más cercana.

Creo que me decantaré por lo segundo.