Pídeme un taxi, anda.
He tenido la suerte de caminar absolutamente sobrio un viernes de tres a seis de la mañana por Madrid. La abstinencia me ha abierto los ojos y no ha hecho más que confirmarme algo que ya intuía; nos hemos vuelto todos gilipollas.
La gente es insoportable cuando se emborracha. Pierde cualquier tipo de humanidad y se convierte en un enorme trozo de carne ambulante.
Lo peor que puede uno hacer a esas horas es quedarse quieto esperando a un taxi. Los trozos de carne te huelen a leguas y durante unos minutos te conviertes en una atracción.
La mayoría de los trozos tienden a pedir cosas.
-Eh, tío, ¿tienes un papel? -¿No tendrás un eurito para dejarme? -Amigo, ¿tienes un cigarro? Me salvas la vida -¿Me das fuego? - Y la mejor de todas- Perdona, ¿tienes saldo en el móvil para hacer un llamacuelga o, ya si eso, llamar un minutito?
¡Sí! ¡Tengo todo lo que me pedís pero lo negaré mil veces! ¡Hija de puta, vete a un cajero, recarga tu asqueroso móvil de última generación y saca dinero suficiente para comprarte trece paquetes de tabaco y un mechero! ¿Tengo cara de banco?
Y ahí no acaba la cosa. Resulta que ahora coger un taxi es como hacer autostop. ¡Si no vas en la misma dirección que el taxista, no te coge!
-¿Dónde vais?
-A Peñagrande.
-Ah, entonces no. Es que yo voy a Caravanchel. Adiós.
Arranca y te quedas con cara de gilipollas. Y los trozos de carne te la notan y, hala, a por ti que vuelven:
-¿Esto es Princesa?
-No, es Moncloa
-Qué sí, que es Princesa, que yo trabajo ahí.
¿Y para qué coño me preguntará si ya sabe dónde está?
En Madrid hay más taxis que coches de policía. Eso son muchos taxis. La mayoría de ellos van con el dos amarillo iluminado y los que llevan la lucecita verde dicen que ya no cogen a nadie. Desisto. Vuelvo a Islas Filipinas a sentarme en las escaleras del metro a esperar una hora a que abran. De camino, tres grupos diferentes de trozos me demuestran su anormalidad gritando lindezas a todas las niñas que pasan. Las llaman, por este orden, putón, zorra, guarra y cerda. ¡Y ellas se ríen!
Lo dicho, no merecemos el aire que respiramos.
Finalmente, la verja del metro se abre cómo si de una fortaleza se tratase y una manada de trozos de carne de diversas nacionalidades baja en tropel a los andenes uno y dos.
La última está por llegar; el tren número veintidós se acerca. Se detiene un instante, y el maquinista -como para hacer la gracia- va y arranca sin coger a nadie. Tan sólo tengo que esperar quince minutos más para montarme en el vagón que me sacará del infierno. Trato de cerrar los ojos y relajarme pero los últimos cinco trozos de carne de la noche deciden gritar "¡Cheeeeeeelsea! ¡Cheeeeeeelsea!" mientras aporrean las paredes metálicas del vagón durante el tiempo que dura el viaje.
Para la próxima vez, sólo veo dos opciones posibles:
Uno.- Quedarme en mi casa.
Dos.- Salir y beber tanto que todo lo anterior me haga mucha gracia, me quede sin tabaco y busque a uno o una con cara de gilipollas y le pida un cigarrito y el móvil para hacer un llamacuelga de tres minutos a la centralita de taxis más cercana.
Creo que me decantaré por lo segundo.
La gente es insoportable cuando se emborracha. Pierde cualquier tipo de humanidad y se convierte en un enorme trozo de carne ambulante.
Lo peor que puede uno hacer a esas horas es quedarse quieto esperando a un taxi. Los trozos de carne te huelen a leguas y durante unos minutos te conviertes en una atracción.
La mayoría de los trozos tienden a pedir cosas.
-Eh, tío, ¿tienes un papel? -¿No tendrás un eurito para dejarme? -Amigo, ¿tienes un cigarro? Me salvas la vida -¿Me das fuego? - Y la mejor de todas- Perdona, ¿tienes saldo en el móvil para hacer un llamacuelga o, ya si eso, llamar un minutito?
¡Sí! ¡Tengo todo lo que me pedís pero lo negaré mil veces! ¡Hija de puta, vete a un cajero, recarga tu asqueroso móvil de última generación y saca dinero suficiente para comprarte trece paquetes de tabaco y un mechero! ¿Tengo cara de banco?
Y ahí no acaba la cosa. Resulta que ahora coger un taxi es como hacer autostop. ¡Si no vas en la misma dirección que el taxista, no te coge!
-¿Dónde vais?
-A Peñagrande.
-Ah, entonces no. Es que yo voy a Caravanchel. Adiós.
Arranca y te quedas con cara de gilipollas. Y los trozos de carne te la notan y, hala, a por ti que vuelven:
-¿Esto es Princesa?
-No, es Moncloa
-Qué sí, que es Princesa, que yo trabajo ahí.
¿Y para qué coño me preguntará si ya sabe dónde está?
En Madrid hay más taxis que coches de policía. Eso son muchos taxis. La mayoría de ellos van con el dos amarillo iluminado y los que llevan la lucecita verde dicen que ya no cogen a nadie. Desisto. Vuelvo a Islas Filipinas a sentarme en las escaleras del metro a esperar una hora a que abran. De camino, tres grupos diferentes de trozos me demuestran su anormalidad gritando lindezas a todas las niñas que pasan. Las llaman, por este orden, putón, zorra, guarra y cerda. ¡Y ellas se ríen!
Lo dicho, no merecemos el aire que respiramos.
Finalmente, la verja del metro se abre cómo si de una fortaleza se tratase y una manada de trozos de carne de diversas nacionalidades baja en tropel a los andenes uno y dos.
La última está por llegar; el tren número veintidós se acerca. Se detiene un instante, y el maquinista -como para hacer la gracia- va y arranca sin coger a nadie. Tan sólo tengo que esperar quince minutos más para montarme en el vagón que me sacará del infierno. Trato de cerrar los ojos y relajarme pero los últimos cinco trozos de carne de la noche deciden gritar "¡Cheeeeeeelsea! ¡Cheeeeeeelsea!" mientras aporrean las paredes metálicas del vagón durante el tiempo que dura el viaje.
Para la próxima vez, sólo veo dos opciones posibles:
Uno.- Quedarme en mi casa.
Dos.- Salir y beber tanto que todo lo anterior me haga mucha gracia, me quede sin tabaco y busque a uno o una con cara de gilipollas y le pida un cigarrito y el móvil para hacer un llamacuelga de tres minutos a la centralita de taxis más cercana.
Creo que me decantaré por lo segundo.
4 Comments:
Parece que queramos o no, es la opción que siempre elegimos todos, ay, que d.... ;)
La que mas gracia me hace es la de Princesa... El tio era un impertinente! Pero tú sigues igual de perdido en esta gran ciudad... A ver si te aprendes ya los nombres de las calles!!
Hoy no estoy inspirada.
Besicos!
Quizá debería haberlo matizado mejor. El tipo nos señaló al intercambiador de Moncloa. Y eso, amén de estar junto a la calle Princesa, es la plaza de Moncloa. Por tanto, ni pa él ni pa mí. Y dado que Princesa es enorme, concretarle la zona en la que se encontraba, nos pareció la opción más adecuada y caritativa hacia ese ebrio individuo. Además, lo exasperante es que él ya sabía dónde demonios se encontraba.
Cuanta razón tienes en lo que describes.
Una burgalesa como yo en la gran ciudad sola, es atacada cada noche por los especímenes de lo que hablas.
Y lo que nos queda...
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