05 febrero 2007

La Biblia según yo (Volúmen II)

Y al tercer día abrió los ojos, salió del hoyo y se puso a pasear.

Antes, claro, tuvo que empujar una roca con forma de alcantarilla. Media tonelada de roca y el tío la movió como si nada. Después, seguramente, se habría echado un cigarrito de no ser porque no se inventarían hasta unos siglos después.

A partir de ahí la cosa se complica y nadie se pone de acuerdo -no he podido encontrar ninguna fuente de primera mano. Me temo que podrían estar ya muertos-. A lo que íba. Hay tres opciones:

Primera:

Nuestro héroe se encuentra con un par de mujeres cuyos nombres desconocemos y éstas le reconocen y salen echando leches en la dirección opuesta.

Segunda:

Se choca con su madre, que no le reconoce. ¡Su madre y no le reconoce! Es raro de cojones, ¿no?

Y tercera:

No se topa con nadie hasta que le da por aparecer flotando en mitad de todos sus amiguetes. ¡Imagínense el susto! Los pobres, acojonados, encerrados en una casa. Y encima el cabrón les pone a hablar en lenguas distintas sin avisar.

Finalmente, el muchacho va y se pira volando y amenazando con volver.

Y desde entonces ahí estamos. Sufriendo las consecuencias de los delirios expresados gracias a una jodidísima resaca que le tuvo durmiendo tres días enteros a nuestro amigo.

Eso es todo lo que tengo que contar por el momento.

Gracias. Voy a por mis medicinas.