07 noviembre 2006

Mírame mientras me ducho, no vaya ser que haya una bomba en el desagüe.

Cojonudo.

Gracias al terror colectivo de reventar en pleno vuelo y/o de resultar aplastado por un mamotreto con alas mientras caminas por las torres Kio; las pirámides de Egipto o la torre Eiffel, nos tenemos que joder y prescindir de la botellita de agua y el portátil durante un trayecto de tres o cuatro horas.

A no ser, claro está, que compremos la dichosa botellita en las tiendas del aeropuerto.

Y todo esto viene porque dicen -que vete tú a saber- que pillaron a unos desquiciados con explosivos líquidos listos para ser agitados en aviones USA-ENGLAND, ENGLAND-USA.

Y me pregunto yo. Si un día les da a cuatro majaderos por untarse la ropa con productos reactivos y frotarse sobre el asiento hasta reventar, ¿tendríamos que viajar en pelotas?

Esperemos que no les de por inventarse gafas explosivas o empastes repletos de ácido bórico porque entonces unos cuantos lo íbamos a tener bien jodido para trasladarnos de un sitio a otro.

A lo que voy. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a tolerar para asegurarnos que llegaremos vivos a nuestro destino?

Sólo falta que aceptemos que nos pongan una cámara de vigilancia debajo del culo, nos intervengan las llamadas telefónicas y nos animen a denunciarnos los unos a los otros por decir que nos da como cosa que vayan a colgar a Sadam en el ágora pública.

Un segundo. ¡Si eso es lo que pasa en los honorables Estados Unidos de América! ¡La tierra de las libertades! La Ley Patriótica la llaman.

Bueno, pero eso queda muy lejos. Aquí esas cosas no pasan. Podemos respirar tranquilos. Nuestras libertades están plenamente garantizadas.

A no ser que le des a la nicotina, claro está.

03 noviembre 2006

Estornudos en un barrio de Madrid

Definitivamente Madrid me da alergia.

El tabaco me da alergia. Esta habitación minúscula me da alergia. Internet me da alergia. El ordenador me da alergia.

Me pica. Me rasco. Me pica más. Me desgarro la piel. Mi cabeza está descarnada y no sale nada bueno de ella. Me lleno el estómago de agua, aire y humo. Solo si salgo a la calle empiezan a curarse las heridas. Pero vuelve a llover. Anochece muy pronto y cuando dan las doce los ojos se aclaran y no se vuelven a cerrar hasta las cinco de la mañana.

Hay tanta gente que debería ver, tantos amigos esparcidos por la ciudad y tantos otros esparcidos por el resto de esta tierra eternamente ambigua.

-Tenemos que quedar- digo siempre. Pero solamente lo recuerdo a las cuatro y media de la mañana, cuando todos duermen sus últimas horas antes de empezar a moverse en las calles que rodean a la Gran Vía. Cientos de calles que ni siquiera he pisado ni creo que llegue a pisar.

A todos ellos. Espero que un día esta alergia desaparezca.