En busca del DragóN FucsiA. Sexta parte.
Si tu vida depende de un pingüino y de una cabaretera por muy enamorado que estés de ella, más vale que duermas hasta que pase la tempestad.
DÍA 7
He caído enfermo. Al principio pensé que el calor que sentía era por MarietA, pero cuando me desmayé dos veces y comencé a hablar en idiomas que no existen empecé a preocuparme. La cosa se puso realmente fea cuando besé a AlbertO en el pico y le dije a MarietA que de todos los pingüinos ella era sin duda la única que sabía hablar.
Después nos atacaron unos indígenas, quemaron nuestros víveres y secuestraron a AlbertO. Yo descubrí la fuente de la eterna juventud pero no me metí porque acababa de comerme una piedra y no quería que se me cortase la digestión. MarietA me dijo que era mi padre y logramos rescatar a AlbertO un instante antes de que un simio gigante se casase con él.
Anochecía ya cuando volví a abrir los ojos. AlbertO me aplicaba la ExtremauncióN -o algo parecido- y MarietA me ponía un paño húmedo en la frente. Lamenté que el paño no perteneciese a su vestuario y agradecí al ave que confiase tanto en mi salud de roble. Un minuto más tarde comprendí que no hubo ni indígenas, ni secuestro, ni fuente, ni incesto, ni mono gigante.
MarietA dice que es normal que un tipo de ciudad coja resfriados por estas tierras pero que lo mío no tiene nombre. Miro a mi alrededor y deduzco que continuamos en el mismo punto que esta mañana. Me bebo un vaso de leche, mastico una hierba que me ofrece AlbertO, recuerdo vagamente las recomendaciones de las autoridades sanitarias con respecto a automedicarse y vuelvo a caer relocho.
Antes de perder la consciencia definitivamente, oigo un gruñido extraño...
ContiNuará
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