18 junio 2007

En busca del DragóN FucsiA. Primera parte.

PROLOGOLOGÍA

Aun a riesgo de equivocarme, comienzo esta historia con una sonrisa y sometido a una tremenda resaca.

DÍA PRIMERO

Camino tranquilo. Orgulloso de haberme conocido, pero sorprendido por ciertas cosas que confirman que uno nunca llega a conocer a la gente. Ni siquiera a uno mismo.


Oteo en la distancia y no hay ni rastro del DragóN FucsiA. Juraría que seguí el mapa punto por punto, pero la caseta roja no debería estar ahí.


Mierda. Lo he estado leyendo al revés. Tranquilo, sólo me he equivocado unos centímetros. Hum... la escala es de uno a cien millones.


La puerta de la caseta se abre. Pongo la mirada más seductora que tengo. Creo que la morenaza se piensa que me está dando el sol de cara. Renuncio a conquistarla porque no tengo tiempo y me limito a preguntar a qué altura cae la posada del PatO HipotecadO.


La morenaza tiene voz de hombre y se llama RodrigO. Lo sé porque se presenta así y me trago las palabras. De no ser así le diría que más le valdría dejarse bigote y cortarse la melena. Vive solo. Normal.


Me dice que tan sólo tardaré una semana, pero que no me preocupe, me da un pingüino cojo y me asegura que es el mejor guía que podría encontrar. El pingüino me saluda con un corte de ala y comienza a caminar. RodrigO nos desea suerte y se encierra de nuevo en la caseta para después ingerir nueve pastillas de viagra y dormir el sueño de los justos. Se sentía vacío y, sin el pingüino, su vida carecía de sentido.


El pingüino se llama AlbertO y tiene catorce hijos. Uno estudia en YalE y prepara su tesis. Vivisección en cinco pasos se llama. Los otros trece viven hacinados en un piso de protección oficial y comparten su cama con veintisiete marroquíes, dos ucranianos y un señor de Murcia que busca a una tal NinettE.


Le suplico que se calle porque tengo que pensar. AlbertO cierra el pico y yo pienso. Después de cinco minutos decido que deberíamos comer algo. Con el estómago vacío no pienso bien.


AlbertO y yo discrepamos en el menú. Él quiere comerse cinco sardinas crudas que ha visto colgadas de un árbol y yo prefiero pescar unas manzanas.


Tomar una decisión nos lleva toda la tarde y nos acostamos uno a cinco metros del otro.

AlbertO ronca. La pelirroja que me observa en jarras no ronca pero acongoja. Creo que nos hemos metido en un lío...


ContiNuarÁ