Balasera
Llueven gotas que queman. Truena como si fuese a derrumbarse. El suelo tiembla con cada explosión. Nos obligan a salir. -¡Debemos defender lo que nos pertenece!- grita un tipo más joven que yo. Me empuja. Mis piernas se mueven pero mi cerebro desea volver dentro. Es ensordecedor. Son las cinco de la mañana, pero el mar está iluminado como si fuese mediodía.
Busco a mi amigo. No lo encuentro. Un hombre con el que acababa de hablar vuela por los aires. Corremos sin rumbo claro. -¡España es nuestra!- chilla mi superior. "Y suya", pienso yo. Logro llegar a la primera casa. Pateo la puerta y entro. Me siguen dos de mis compañeros. Uno está fumando. El otro tiembla de miedo. Frente a nosotros algo se mueve. Un sudor frío me recorre el cuerpo en un segundo.
El fumador dispara su fusil. Emite un ruido seco. Le ha dado. Nos acercamos aún alerta. Aparto un tablón con la bota. La veo. Sus ojos están abiertos pero ya no miran a ningún sitio. Una niña. Sólo era un niña.
El chico que aún no deja de temblar toma la posición. Los otros dos salimos y corremos hacia un coche agujereado. Nos sirve de parapeto. Ojalá esta lluvia fuese de granizo. Esta, si te da, duele.
Mi amigo está unos metros más adelante. Le silbo. No me oye. Saca algo de su bolsa y lo lanza. La granada explota cincuenta metros más adelante. Sólo veo humo. Mi amigo se incorpora y avanza. Un destello. No le veo. Avanzo a toda prisa. tardo quince segundos en alcanzar su posición. Desde el suelo me sonríe. -No te preocupes, estaré bien- susurra antes de ahogarse con su propia sangre.
Mi cabeza se inclina bruscamente hacia la izquierda. Algo caliente como la lava la atraviesa de una oreja a otra. El sonido seco tarda un poco más en llegar a mis oídos. No siento dolor al tocar el suelo. Tengo frío. Mi mujer besa mis labios y desaparece. Luego nada.
La guerra terminó dos días más tarde. Ganamos. A mí y a otros como yo, ya no nos importaba.