Un día grandioso. De esos que hacen falta cuando estás a punto de estrellar la locomotora contra una pared. Gracias a no tener absolutamente nada que hacer, me he perdido por calles que ni siquiera conocía. En la mochila, tan sólo una de esas cajitas mágicas que permiten que la música te envuelva durante tres horas ininterrumpidas.
Supongo que a fuerza de frecuentar siempre los mismos lugares y dejarme absorber por la gran burbuja que es la rutina, había perdido la perspectiva sin saberlo. Mi cara, mis puños y mis pies chocaban constantemente contra sus paredes y eso provocaba que se hiciese más y más pequeña.
Caminar solo durante horas descubriendo lugares a los que siempre quieres ir pero careces de tiempo te hace ver las cosas de otra forma, más pura. Eres tú frente a un mundo que se abre de par en par con cada paso que das.
La vida es mucho más que cinco horas preparándote para un futuro que aterra porque no lo puedes tocar, mucho más que pensar en lo que vas a comer cada día y desde luego, mucho más que meterte en la cama dejando atrás un día agotador pero igual al siguiente y al anterior.
Tal vez, mañana vuelva a darme de bruces contra las cuatro paredes de siempre y la vida planificada al milímetro haga que me olvide de la lluvia salpicando mi cara; de los palacios centenarios y del maravilloso sabor de la libertad del que no sabe dónde va y le da lo mismo; pero hoy me siento especial. Y eso es lo que cuenta.
Lo grito a los cuatro vientos; probad esa sensación si es que no lo habéis hecho ya, porque es única. Descubriréis que los problemas, del tipo que sea, son sólo una pequeña, diminuta parte de vuestro caminar.
Saludos a la Luna (siempre está ahí aunque las luces y la contaminación de la gran ciudad luchen por ocultarla sin éxito).