Lágrimas color carmín

Y entonces reventó una bomba en un asilo de ancianos. Otra más. El cielo irakí volvía a iluminarse y la tierra temblaba un día más. En Tel Aviv, al menos por un día, solo volaban las almohadas. Mientras tanto, los asesinos de Miguel Angel Blanco se reían mientras una madre y una hermana lloraban al escuchar cómo dos balas terminaron con la vida de alguien cuyo delito - qué vergüenza - era ser concejal. Se ríen, no escuchan, sencillamente parecen no estar ahí. ¿Son de verdad? ¿Su pasotismo y despreocupación es real? ¿Qué les hace tanta gracia? ¿Qué demonios les pasa por la cabeza?

¿Debemos deshumanizarles? ¿En serio? Me niego a creer que son bestias carniceras con una frialdad sobrehumana. Las cosas no pasan porque sí. La gente no mata ni vive sin más.

No son demonios, ni máquinas. No les concedamos ese privilegio.

Hitler no era Lucifer. Ni Mussolini. Ni Milosevic, ni Stalin, ni Sadam, ni el IRA, ni lo es Al Qaeda y mucho menos ETA.

Tampoco son locos. Ni desequilibrados. Son conscientes de sus actos. Son responsables. Están orgullosos de sus actos.

Si no comprendemos que existen razones - no hablo de justificación - que llevan a un ser humano a convertirse en un asesino, quizá no logremos nada. Seguirán así. Seguiremos así. Matando y muriendo por nada y para nada.

Y las lágrimas seguirán corriendo mezcladas con sangre y odio.